Nahal Ze’elim

Bueno, hace ya tiempo que no escribo en el blog, pero espero ir retomándolo poco a poco porque tengo muchas cosas que contar.

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Subiendo por el nahal Ze’elim

Esta vez os hablaré de una excursión que hice al nahal (río con caudal solo en época de lluvias, wadi en árabe) Ze’elim, unos pocos kilómetros al norte de Masada, junto al mar Muerto. Se trata de una de las excursiones típicas de la zona y señaladas en casi todas las guías de viajes. Ese fue el primer obstáculo que nos encontramos, pues al llegar allí (un miércoles) nos dimos cuenta de que varios grupos de colegios y de poblaciones de alrededor se les ocurrió la idea de explorar el nahal con nosotros, por lo que por un rato la paz del desierto quedaría turbada.

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Uno de los grupos entrando por el nahal

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Encarando la primera subida

Empezamos a andar a eso de las 8:15 de la mañana, a pesar de que salimos de Jerusalén en coche a las 6:45. Pero aquí, a pesar de que parece que todo está a tiro de piedra, moverse con el coche no es como ir por la A-2 en España. El plan era pues empezar en el lecho del nahal y unos metros después ascender por una de las laderas del nahal unos 500 metros hasta llegar a la meseta; desde allí, andar unos kilómetros hasta volver a descender al nahal y llegar hasta donde habíamos dejado el coche. La idea era buena…

mapa de la ruta

1: Salida del parking y entrada en el nahal (verde/azul) 2: Subida por la ladera del nahal y camino por la meseta (rojo/verde/negro) 3: Bajada al nahal y camino junto al mismo en el interior del valle (azul) 4: Bajada al lecho del nahal hasta el parking (verde/negro/azul/verde)

El primer tramo fue costoso, pues subir la ladera siempre requiere un esfuerzo considerable por la extensión de la misma, más que por la dificultad técnica, por lo que cuando llegas arriba solo piensas en lo bien que te vendría una cama en el Hilton. Al final me tuve que conformar con comerme un caqui que tenía en la mochila.

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Subiendo…

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Y subiendo…

Andar por la meseta fue bastante rollo, pues aunque el paisaje desértico era bastante admirable, la ruta se hacía monótona por la falta de obstáculos en el camino. A pesar de ello, de vez en cuando aparecían vistas panorámicas del nahal que nos dejaba con la sensación de sentirnos tan pequeños ante la inmensidad del paisaje rocoso, relieve que se ha ido formando con paciencia durante miles y miles de años con riada tras riada.

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Paisaje de la meseta sobre el nahal.

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Lugar donde nace uno de los nahales (si la foto tuviera olor, os tiraría para atrás de la peste que echaba ese agua…)

Cuando por fin encaramos los últimos metros antes de descender al nahal, decidimos pararnos a eso de las 13:00 a comer y degustar así el bocata de jamón serrano con tomate que aún me quedaba del último viaje a España, acompañado por un café árabe preparado por uno de los integrantes y que se agradeció bastante.

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Barranco cerca de donde paramos a comer.

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Primer descenso al nahal.

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Panorámica del lugar

Con las fuerzas ya repuestas, empezamos a bajar por una de las laderas del nahal al lecho del valle, quedando completamente flanqueados a ambos lados por inmensas laderas de unos 200 metros de altura y que hacían imposible cualquier salida. Mientras seguíamos por nuestro camino, delante nuestro empezaron a aparecer charcas, hasta que una de ellas, de varios metros de profundidad, nos hizo ver que o nos habíamos equivocado de camino o nos íbamos a tener que meter en el agua. Por suerte se trataba de lo primero, por lo que tuvimos que recular un poco para volver al camino que habíamos perdido (aunque yo por si acaso me llevé bañador). Superado el susto, subimos un poco de altura saliendo del lecho del nahal, empezando un paseíto bastante agradable y deleitándonos los ojos con las impresionantes vistas que teníamos a nuestro alrededor.

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Lecho del nahal.

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Primera de las charchas que encontramos y la única que conseguimos cruzar.

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Otra de las charcas, esta bastante grande y profunda pero que conseguimos evitar.

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Vista del lecho del nahal y de una de las laderas.

Un rato después, mientras veíamos como el sol caía poco a poco reflejando sombras cada vez más grandes en la ladera del valle, volvimos a descender al lecho del nahal. Por lo general, el problema de andar por el nahal es que, con las riadas, este arrastra un sinnúmero de piedras de todos los tipos y tamaños posibles (sin contar con los desprendimientos que ocasiona en las laderas), por lo que no te aporta una superficie estable para apoyar el pie y te obliga a andar más despacio y con mucho más cuidado (sobre todo para evitar torceduras y esguinces de tobillo). Al final se nos hizo de noche en el llamado valle de las rocas (debido al sinnúmero de estas que había por el camino y que hacía el avance tan lento), aunque lo peor fue que, de todas las noches que tiene el año, nos tuvo que tocar una sin luna, por lo que al final no veíamos tres en un burro.

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El sol cayendo por las laderas del nahal.

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Burro tomando la merienda en el lecho del nahal mientras caía el sol.

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Y por eso esta parte del recorrido se llama valle de las rocas.

Finalmente, gracias a las linternas de los móviles y con mucha paciencia conseguimos alcanzar el parking donde teníamos el coche y dar así por terminada la expedición a las 18:15, tras 10 horas de caminata por uno de los nahales más bellos que he hecho hasta ahora.

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Para que veáis que no mentía, que había motivos para sentirse pequeño rodeado de este paisaje…

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